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“La Juana”

Paso a contaros hoy una vivencia propia, real.

Me ocurrió hace tiempo, cuando buscaba mis primeros trabajos, recién salida de la facultad y con toda la inexperiencia por bandera.

LA “JUANA”
La encontré por casualidad, un caluroso día de Junio , por esos caprichosos “azares” del destino, en un garito al que jamás se me hubiera ocurrido entrar con aquella edad a no ser por error, como aquella vez.
En busca de una dirección  (al parecer equivocada)  y de una entrevista de trabajo que prometía poco…a juzgar por el mal comienzo, me atreví a preguntar en aquel bar destartalado y sucio.  Era el único local abierto en aquel barrio a las 4 de la tarde, y con un sol de justicia.
Un par de hastiados hombres somnolientos dormitaban en la barra, probablemente más por el alcohol que por la siesta y una familia de moscas circulaban a su antojo entre tres o cuatro restos de tapas sin limpiar.  Yo me pedí una coca-cola bien fría y sin vaso y me senté a descansar un poco, después de comprobar con en camarero que se habían equivocado en darme aquellas señas .

Un par de mesas más allá me observaba aquella mujer, ya entrada en años..,-yo creo que pasaba los 70-, mientras sostenía un whisky en una mano y en la otra un gastado habano. Sobre la mesa un bolígrafo y un cuaderno viejo de crucigramas.

“La Juana”, que así supe después que se llamaba, parecía una mezcla de un personaje de Cela y un cuadro de Gauguin . Enfundada en una estrecha camiseta roja, y una falda verde, estampada y bastante corta, dejaba ver casi todos sus enormes pechos de piel morenísima, ajados ya por el tiempo , y por quien sabe cuantas vicisitudes más….Un moño mal cogido, unos pendientes de aro dorados y zapatos de tacón de aguja terminaban de vestirla, intentando disimular unos pies hinchados y casi heridos.

Se me acercó y se sentó en mi mesa; había escuchado al parecer mi lamentable conversación con el camarero, y sin pensarlo dos veces me dijo que yo le daba “buenas vibraciones” , y que me iba a ayudar. Ni que decir tiene que por mi cabeza pasaron infinidad de razonamientos por los cuales aquella mujer podría ayudarme …. (algunos un poco frívolos) Pero así y todo, y no se por qué, le permití sentarse y la escuché, tampoco había nada que perder a esas alturas.
Me contó media vida suya. Medio cubana, medio española, había vivido en París, La Habana, y hasta un “memorable otoño en Singapur”, decía. Me hablaba sin parar de sus fracasos, sus aventuras, sus desamores con algunos hombres, y sus alegrías con muchos también…  Todo con una naturalidad y un lenguaje casi obsceno, que me tenían -he de admitirlo- absorta en lo que decía.
Pero en toda su vorágine de sucesos, me resaltó que había solo una cosa que había conservado durante 40 años: su empleo… Era enfermera, aunque era lo último que yo imaginaba. Pero sí, lo era, y en un importante centro privado de la ciudad .
Al rato ya me inspiraba cierta ternura, .. y terminé, no sé ni cómo, contándole mi peripecia, y algunas cosas más, incluso dándole mi teléfono,  pues se empeñó en que podía ayudarme, y que además lo haría.  Al irme de aquél bar le dije adiós con el convencimiento de que había hecho el idiota, y que me estaba bien merecido si me metía en un lío.
Al día siguiente recibí a primera hora una llamada del director de Recursos Humanos de aquel hospital…Me tendrían en cuenta para una posible entrevista en Septiembre.
Asistí por curiosidad a la cita, aunque para entonces ya trabajaba en una sustitución de recepcionista en una clínica oftalmológica.
Nunca más supe de la Juana.
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Enma Manzanares
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